La mirada penetrante de Daniela era de odio, cómo si sus ojos enrojecidos fueran a estallar en cualquier momento dispersando sangre por doquier. A la vez, Daniela profería blasfemias contra lo divino con una voz ronca y agresiva cuyo solo recuerdo me hace estremecer. Su piel era áspera y estaba cubierta de llagas; su cabeza mostraba apenas unos cuantos cabellos y el hedor que provenía de su cuerpo provocaba náuseas. El caso de Daniela es uno de los más interesantes que he testificado.
Raquel, una madre de familia de clase media alta, llegó un día muy afligida a mi oficina para compartir conmigo la terrible pesadilla que se vivía en su casa en los últimos meses.
—Juan Ramón, necesito entender qué le sucede a mi hija Daniela. Creo que me estoy volviendo loca. Mi hija tiene veinticuatro años, es egresada de la facultad de administración de empresas y siempre ha sido una hija ejemplar. Nunca ha tenido problemas con nadie, pero desde hace siete meses empezó a cambiar.
Raquel apenas lograba contener las lágrimas.
—Primero se volvió solitaria y huraña, y ella no era así —continuó—. Posteriormente, al paso de unas semanas, empezó a dejar de comer y de dormir y se quejaba de fuertes dolores de cabeza y mareos, por lo que la llevé con un médico, pensando que estaba embarazada. Resultó que no. Después los doctores la programaron para una larga serie de estudios, pues pensaban que su enfermedad provenía del sistema nervioso central. También le han practicado infinidad de estudios sicológicos.
Tras una pausa durante la cual permaneció con el rostro entre las manos, Raquel reanudó su relato.
—La situación me alarmó aún más cuando comenzó a ser agresiva conmigo, con Carlitos, su hermanito de diez años, y con mi tía Ángela, con quien vivimos. Semanas más tarde su cabellera se empezó a caer: cuando se bañaba quedaban en el piso puñados de cabellos. Esto la motivó a no salir de la casa, porque se avergonzaba, más cuando empezaron a brotarle en todo el cuerpo unas horribles llagas que segregaban pus maloliente.
—Y los médicos, ¿qué dicen?
—Nada concreto. Hemos recorrido toda clase de hospitales de especialidades médicas, le han hecho estudios y más estudios y no han logrado desentrañar qué enfermedad corresponde a sus síntomas. Estoy desesperada. La sirvienta de una amiga me dijo que mi hija tal vez esté poseída. No estoy segura de creer en esas cosas, pero uno de los médicos que la han atendido me recomendó en forma confidencial que la llevara con un brujo. Al principio pensé que se burlaba de mí, pero me lo dijo en serio. Mire, Juan Ramón, nosotros somos una familia católica, pero no sé qué pensar.
Raquel no pudo contener más la angustia y un llanto desesperado se apoderó de ella.
—Por favor, Juan Ramón, ayúdeme a entender qué le ocurre a mi hija. Lo he escuchado hablando de estas cosas, pero estoy tan confundida que no sé qué hacer.
Acordamos que iría a su casa a conocer más de cerca la situación. Al día siguiente llegué a una casa de dos niveles construida en una zona exclusiva de la ciudad, Raquel me abrió la puerta y, muy angustiada, me dijo:
—Qué bueno que llegó. Precisamente ahora Daniela tiene una crisis.
Me condujo inmediatamente a la habitación de la joven, en el primer nivel. Un olor penetrante, parecido al amoniaco, se dejó sentir, acompañado de una baja considerable de la temperatura. Daniela se encontraba postrada en la cama. Daba miedo sólo de verla.
Imaginen la espeluznante escena. Una mujer joven, extremadamente delgada, sin cabello y deformada por una gran cantidad de llagas en cuerpo, amarrada de manos y pies a la cama con pedazos de tela y emitiendo potentes sonidos guturales parecidos a los de una bestia.
—Dany, hija, no hagas eso. Me asustas, mi amor.
La joven reaccionó de inmediato a lo que decía su madre y volteó a verla. Se dirigió a ella con una horrible voz, grave y cavernosa.
—¿Te asustas, pin…vieja? ¡Si no has visto nada! ¡Ja, ja, ja, ja!
No puedo negarles el impacto y el susto que experimenté al presenciar esto. Tomé una Sagrada Biblia que se encontraba sobre una pequeña mesita de computadora, la abrí rápidamente y al buscar el salmo noventa y uno con intención de hacer oración, Daniela, enfurecida, se dirigió a mí.
—¿Y tú qué haces aquí, pen…? Mejor lárgate porque te voy a matar junto con esta vieja y su pin… hijo. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Traté de sobreponerme al temor y sin hacer caso inicié la oración. La casa comenzó a tronar e invité a Raquel a que se uniera a la oración. Daniela comenzó a balbucear palabras que no entendí; pertenecían a una lengua o idioma que yo desconocía. Cuando terminamos de orar, Daniela se desmayó y nos acercamos a ella para reanimarla. Raquel salió por alcohol, me dejó solo con la joven y un frío estremecedor recorrió mi espalda. Más tarde logramos regresar a la joven.
Daniela despertó y en seguida comenzó a llorar, manifestando que le dolía mucho la cabeza. Su madre la tranquilizó, le hizo saber que el doctor no tardaría y le dijo que tratara de descansar. Era notable el débil estado físico que presentaba la chica. En mi cabeza reinaban la confusión y el miedo. Recordaba la voz y la apariencia de Daniela y venían a mi mente escenas de la famosa película El exorcista, que ofrecía similitudes con lo que acababa de presenciar.
Al llegar, el médico la revisó y dijo que era necesario hospitalizarla. Previa autorización de su madre, solicitó una ambulancia y aplicó a la joven un sedante para que se durmiera. La ambulancia la condujo a un hospital y antes de retirarme acordé con Raquel que buscaría ayuda para su hija.
Tres días después recibí una llamada de Raquel, quien me dijo que Daniela estaba recibiendo alimentación por sonda y respondía perfectamente. Ese no era el motivo principal de la llamada. Muy intrigada, me informó que en su casa empezaban a manifestarse cosas extrañas, como ruidos en las noches; que su hijo, su tía y ella no lograban conciliar el sueño; ocasionalmente se percibía en la casa olor a podrido y, lo que más los había asustado, detrás de un cuadro había aparecido una mancha que formaba la cara de lo que parecía ser un demonio. Eso me extrañó mucho. Le pregunté si podía visitar la casa para constatar el fenómeno y accedió, así que horas más tarde me presenté en el lugar. Me recibieron la tía Ángela, señora de edad avanzada, y Carlos, hijo pequeño de Raquel.
Mancha original en la pared.
Pregunté a la señora dónde estaba la mancha y me condujo a un pasillo de la planta baja, donde también se encontraba la mesita del teléfono. Justo arriba de la mesita, en el muro, había un cuadro que mostraba un payaso. Me dispuse a descolgar el cuadro y la anciana prefirió irse, así que me quedé con Carlitos.
El lugar era extraño, por lo menos con un ambiente diferente del resto de la casa. Se sentía un poco de frío, pero lo que más llamó mi atención fue que se respiraba un olor nauseabundo, muy parecido al que expedía en momentos de crisis el cuerpo de Daniela. Mientras tomaba algunas fotografías, Carlitos miraba asombrado la horrible cara marcada en la pared. Efectivamente, parecía la cara de un diablo.
—Oye, Juan Ramón, ¿por qué salió esa cara en la pared? —me preguntó el niño.
—No sé. Tal vez sea una mancha de humedad.
—No, tú me quieres engañar. Yo sé que esa es la cara de alguien muy malo.
—¿Cómo sabes eso, Carlitos?
—Porque un ángel me lo dijo.
Carlitos me asombró con ese comentario. Minutos más tarde me dirigí con él a la sala y en el trayecto me dijo:
—Sí, el otro día, cuando ya me iba a dormir, me vino a visitar un ángel. Me dijo que alguien muy malo estaba en la casa y se quería llevar a mi hermanita Dany.
—Lo más seguro es que lo hayas soñado, Carlitos. ¿No crees?
—No, vino y además me dijo lo que tenía que hacer para que mi hermanita se compusiera. —¿Y qué te dijo?
—Me dijo que anotara algo que mi mami tenía que comprar para bañar con eso a Dany. —¿Y lo anotaste? —Sí. ¿Quieres ver?
Le dije que me interesaba mucho ver lo que había anotado. Estaba seguro de que el niño estaba confundido o estaba tratando de llamar la atención. Carlitos trajo de su habitación una hoja de cuaderno y me la mostró.
Vaya sorpresa que me llevé al leer lo que Carlitos había anotado. Aún con la letra no muy legible de un niño de diez años, logré entender las siguientes palabras:
Agua bendita
Ruda
Albahaca
Alcanfor
Pirul
Me le quedé viendo al niño. No era común que alguien como él conociera tales yerbas. Entonces dijo: —Tú tampoco me crees, ¿verdad? —¿Alguien más no te ha creído? —le pregunté. —Sí, mi mami me dijo que no inventara cosas. En ese momento llegó Raquel, que venía a cambiarse de ropa y regresaría al hospital para estar con su hija.
—Juan Ramón, pensé que ya no lo alcanzaría. Figúrese que Dany se está recuperando. Dice el doctor que si todo va bien me la podré traer a la casa el próximo sábado. Y dígame, ¿qué opina de esa horrible cara de la pared?
—Bueno —repuse—, no parece obra de la casualidad, lo que hay ahí es un rostro muy bien marcado. ¿Cómo se dieron cuenta de que esa cara estaba detrás del cuadro?
—Casualmente. Una de estas noches se escuchó un ruido, como si algo se hubiera caído. Pensé que había ocurrido en el cuarto de Dany, pero al entrar la vi dormida y todo en orden. Al llegar al pasillo sentí un frío terrible y como si alguien me estuviera observando. Encendí la luz y me di cuenta que el cuadro del payaso se había caído. Yo estaba más dormida que despierta, así que lo puse sobre la mesa del teléfono y me fui a la cama. Al día siguiente la tía Angela, muy alarmada, me dijo que había una cara de diablo en la pared y me preguntó si alguien la había pintado. Rápidamente fui a ver y, créame, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Mientras lo decía, la piel de los brazos de Raquel se erizó.
—La verdad, me dio mucho miedo. Primero supuse que alguien había pintado esa cara para asustarnos. Pero, ¿quién? Dany, pobrecita, con su enfermedad no hubiera podido hacerlo; además, no sale de su cuarto. Carlos es muy pequeño para alcanzar la altura del cuadro. Mi tía tampoco, es una anciana muy religiosa que no se atrevería a hacer eso. Y yo, sólo loca lo hubiera hecho. Así que nadie pudo haber pintado esa figura. Qué raro, ¿no?
—Ese cuadro, el del payaso, ¿cómo lo adquirió? —le pregunté.
—Es un óleo que mi esposo y yo compramos antes de divorciarnos. Ahora que me lo pregunta, fue curioso cómo nos hicimos de él. Un día pasamos por un bazar y, como a mi esposo le gustaban las antigüedades, entramos y vimos muchas cosas interesantes. Lo curioso fue que, al hallarme por primera vez frente al cuadro, algo me dijo: “llévame contigo, aquí estoy muy solo”. Se lo mencioné a mi esposo y él sólo se rió, creyó que era una argucia mía para que me lo comprara. No vaya a pensar que estoy loca, Juan Ramón, pero ese pensamiento me llegó a la mente en cuanto vi la pintura. No le di importancia, el cuadro es un óleo pintado en los años cincuenta, y según el dependiente del bazar fue la última obra de su autor, quien se suicidó. Después, otra cosa curiosa. Era muy barato, más barato que cualquier otro cuadro de los que había en el bazar. Eso nos llamó mucho la atención. Le pregunté al vendedor por qué lo vendían tan barato y respondió que durante años nadie se había interesado en él y ahora lo estaban rematando. Así fue como ese cuadro llegó hace tres años a la casa.
Raquel dio unos pasos por la habitación, pensativa.
—Al poco tiempo de que lo compramos, mi esposo y yo comenzamos a llevarnos muy mal. Después de veinticinco años de matrimonio, un día mi esposo me dijo que ya no me quería y nos divorciamos. Él nos abandonó, nunca nos concedió una pensión y no hemos vuelto saber de él. Su familia me aborrece y he preferido dejar las cosas como están. No sé por qué siento como si ese cuadro hubiera tenido que ver con la ruptura de mi matrimonio. La tristeza de ver destrozado mi hogar, la idea de que mis hijos se habían quedado sin padre y el hecho de que él no se preocupara por ellos, me mantuvieron la mente ocupada. Me ha costado mucho trabajo aceptar mi divorcio, tal vez por ello dejé de pensar en ese cuadro. Y en realidad no creo que un cuadro pueda tener poder para generar dificultades en una casa.
—¿Sabe, Raquel? Sin afán de espantarla o preocuparla, he sabido de casos en los cuales se habla de demonios que entran a ciertos objetos, por alguna causa especial. No estoy afirmando que este sea el caso, pero ya habrá tiempo de investigarlo.
Le pregunté en seguida sobre lo que Carlitos decía respecto de la supuesta aparición del ángel y el remedio que le había recomendado.
Raquel se dirigió al niño.
—¿Otra vez con eso, Carlitos? Ya te dije que lo soñaste.
—Raquel —dije interrumpiéndola—, ¿ya se dio cuenta de lo que el ángel le dictó a su hijo?
—Sí, Juan Ramón, palabras que no se entienden.
—Mire, Raquel, obsérvelas bien, trate de descífralas y verá que se refieren al agua bendita y a ciertas plantas medicinales.
—Es cierto —mencionó asombrada al desentrañarlas.
Después ordenó al niño que subiera a su cuarto a hacer la tarea.
—Preferí que Carlitos nos dejara solos porque es un niño muy listo, capaz de inventar cualquier cosa para llamar la atención.
—Raquel, ¿usted cree que su hijo lo haya hecho para llamar la atención? ¿De dónde sacó esas palabras? Son nombres de yerbas y tienen mucha lógica con lo que en esta casa se esta viviendo, ¿no cree?
—La verdad, ya no sé qué creer. Igual las escuchó en la televisión o en otro lugar. Lo único que quiero es que mi hija se recupere.
—Raquel, ¿por qué no lo intenta? Hágale los baños a su hija con esas plantas y el agua bendita, como dice el mensaje.
—¿Usted cree que esto sirva para curar lo que varios médicos especialistas no han podido, Juan Ramón?
—Mire, Raquel, yo no soy experto en herbolaria, pero lo intentaría. ¿Cómo sabe si su hijo tuvo lo que muchos llaman una revelación divina?
—¿Usted cree?
—Claro.
Se había hecho tarde. Raquel y yo teníamos cosas que hacer, así que me despedí, pero antes le hice saber que comentaría con unos amigos el caso de su hija y buscaría alguna solución con ellos. Pero, en tanto, recomendé que la sometiera a los baños. Después de todo, podía ganar más de lo que pudiese perder. Me prometió aplicar los baños en cuanto su hija estuviera en casa.
Días más tarde hablé del caso con amigos sacerdotes católicos, pastores evangélicos, médicos y parasicólogos, y todos estuvieron de acuerdo en que se trataba de una posible posesión demoníaca, excepto un siquiatra, quien dijo que debía realizar varias pruebas antes de estar de acuerdo con los demás. Quiso la casualidad que por esos días me encontrara con unos viejos amigos de la religión cristiana a quienes les comenté este caso y quienes se ofrecieron a realizar una sesión de liberación, pues desde tiempo atrás habían formado un grupo dedicado a tal efecto.
Habrían transcurrido unos cinco días, cuando a eso de las siete de la mañana recibí una llamada a mi celular. Era Raquel, quien emocionada me informó de lo que estaba sucediendo con su hija: las llagas de su cuerpo estaban desapareciendo. No quiso decirme más y pidió que yo acudiera a constatarlo personalmente. Me alegró saber que Daniela empezaba a sanar. ¿Sería a consecuencia de los baños sugeridos por Carlitos, que según él fueron revelación de un ángel? Horas más tarde, intrigado, me presenté en la casa y me cercioré de que las llagas del cuerpo de Daniela habían desaparecido en un cincuenta por ciento. No lo podía creer. Raquel se encontraba inmensamente feliz, igual que Daniela, a quien se le notaba un semblante diferente.
—Juan Ramón, esto es un milagro —me dijo Daniela.
—Dany, yo también lo considero así. Raquel, dígame, ¿qué hizo para que las llagas se desvanecieran?
—Mire, después de que nos vimos la última vez, platiqué con mi tía Ángela acerca del sueño de Carlitos. Ella también insistió en que lo intentara. Conoce esas plantas y me dijo que son muy buenas. Así que fui a un mercado cercano a comprar las yerbas y fui a la iglesia por agua bendita. A partir de ese día, todas las noches le doy sus baños a Dany. Al principio pensé que la imaginación me hacía ver que la piel de mi hija se regeneraba, pero ella también lo notó. Además, a partir de los baños comenzó a dormir más tranquila y las crisis son ahora menos frecuentes.
En efecto, el aspecto de Daniela era mucho mejor.
—Juan Ramón —siguió Raquel—, estamos muy felices. Deje que los médicos vean a mi hija y tampoco lo van a creer. Y dígame, Juan Ramón, ¿usted cree que si continúo aplicándole los baños mi hija se curará definitivamente?
—Es difícil responderle, Raquel. Dios quiera que así sea, pero quisiera que me diera la oportunidad de que un grupo cristiano de liberación intentara, mediante oraciones, ayudar a su hija.
—Mire, Juan Ramón, no sé de qué se trata eso, pero estoy tan desesperada que acepto cualquier ayuda para que Dany esté nuevamente bien.
Le expliqué que estaba convencido de que la forma más efectiva de liberar a una persona es por medio de la oración y mencioné que el grupo tenía años de haberse formado y sus integrantes poseían experiencia en este tipo de casos. Raquel accedió y quedamos de acuerdo en que el próximo fin de semana regresaría con mis amigos.
Llegó la fecha acordada y una oncena de jóvenes dedicados a la oración y yo visitamos la casa. Recuerdo bien que era la noche de un domingo lluvioso, un toque tétrico para esa experiencia que no he podido olvidar.
Raquel nos ofreció café e hizo al grupo una reseña de lo que sucedía en ese lugar. Tomó de un mueble varios documentos con los resultados de diversos exámenes médicos y algunas placas radiológicas, mostró todo y refirió ciertos pormenores de su pesadilla.
Llegó el momento de la liberación. Darío, jefe del grupo, Raquel y yo nos dirigimos a la habitación de Daniela, mientras los demás preparaban lo necesario para llevar a cabo el ritual. Al entrar a la habitación el olor a amoniaco estaba presente. La joven se hallaba tranquila y conversamos unos momentos con ella. Darío le explicó que llevaríamos a cabo un ritual de liberación y le pidió que estuviera tranquila y pensara únicamente en Dios, porque él la iba a ayudar a salir de la pesadilla.
Raquel le recordó a su hija que comiera. Sobre la me-sita de la computadora había un plato con arroz y otro con pollo, y ella no había probado bocado. Daniela se sentó frente a la comida dispuesta a ingerir los alimentos, mientras Darío y yo, en voz baja, hablábamos con Raquel de algunos detalles, como disponer una silla en el centro de la recamara y atar a Daniela con una sábana para que no lastimara a nadie ni se lastimara ella misma.
En ese momento, Daniela emitió una espeluznante carcajada y azotó los platos en el piso. En seguida —y eso me impresionó en alto grado— se levantó de la silla y se dirigió a nosotros, que nos encontrábamos a unos tres metros de ella. Daniela no caminaba, era como si algo o alguien la sostuviera de los hombros y ella se deslizara arrastrando la punta de las pantuflas. Su mirada era imponente y rezumaba odio, y al hallarse cerca de nosotros dijo con voz gruesa y cavernosa:
—¡Pende…! Creen que me van a sacar. Entiendan que ella es mía y me la voy a llevar, así que lárguense de aquí, pinch… entrometidos, porque los voy a matar.
En el acto ella se desplomó al suelo desmayada. Darío y yo la cargamos y la condujimos a su cama, mientras Raquel traía alcohol para reanimarla. Darío salió dg la recámara para informar a sus compañeros lo que había sucedido y apresurar los preparativos de la liberación. Yo me quedé con Daniela en la habitación, reanimándola, y más tarde la joven recuperó el sentido. En seguida el grupo entró al cuarto. Llevaban una silla de madera que colocaron al centro de la habitación y dos mujeres del grupo le indicaron a Daniela que se sentara, pues la iban a amarrar.
No sé si eran mis nervios, pero el ambiente se empezó a enrarecer. Cada uno de los presentes tenía una Biblia en mano, incluida Raquel, que me miraba con ojos de angustia. Alguien del grupo indicó a los presentes que no dejaran de orar vieran lo que vieran, escucharan lo que escucharan. Una vez iniciado el ritual, debía que llegar a su fin, y si alguno de los presentes tenía miedo, era preferible que saliera de la habitación.
Después de un breve silencio, inició el ritual de liberación. Daniela, sujeta de pies y manos a la silla, también oraba. Todo se encontraba en aparente calma y de pronto se hizo presente un aire frío salido sólo Dios sabe de dónde.
Daniela perdió el conocimiento, pero las oraciones no cesaron. Minutos después la joven expulsó un sonoro eructo y unos alaridos que ensordecían; comenzó a forcejear con las ataduras y todo hacía suponer que se las arrancaría. En ese instante Raquel rompió en llanto y quiso acercarse a su hija; dos mujeres la sacaron de la habitación y continuamos orando.
De pronto hubo una repentina tranquilidad. Daniela ya no gritaba, sólo balbuceaba palabras que nadie entendía. De repente Daniela logró zafar no sé cómo una mano de su atadura y golpeó en el estómago a una joven integrante del grupo de oración.
Darío, un muchacho más y yo corrimos a sujetarla, pero sacando una fuerza endemoniada nos aventaba violentamente con gran facilidad cada vez que uno de nosotros se le acercaba. Mientras, la joven golpeada se reponía del tremendo golpe que le sacó el aire del estómago.
En un momento en que Darío se incorporaba después de que Daniela lo había derribado, sorpresivamente lo atrapó ella de la chamarra y lo atrajo hacia sí, queriendo morderle la cara y a la vez lanzando fuertes alaridos; de su boca escurría una baba pestilente. Un joven de nombre Luis y yo, como pudimos, y en verdad haciendo gran esfuerzo, logramos separar a Darío, que se resistía a la agresión de Daniela. Finalmente se rompió la chamarra que traía puesta
Desesperadamente quité una sábana de la cama y con muchas dificultades logramos inmovilizar nuevamente el brazo de la muchacha. El resto del grupo no había dejado de hacer oración y Daniela, o quien estuviera dentro de ella, volteaba y nos miraba con mucho odio, bufando como un toro bravo y ocasionalmente lanzando amenazas e insultos a los presentes.
De pronto tocaron la puerta de la habitación. Era Raquel, quien muy asustada gritaba que algo le ocurría a su hijo Carlitos, quien se encontraba en la sala con ella y con su tía. Una vez que sujetamos de nuevo a Daniela, Luis, Darío y yo corrimos a la planta baja y nos percatamos de que el niño se había desmayado. Nos miramos las caras y supusimos que el hecho tenía relación directa con lo que le pasaba a su hermana, así que lo recosté en uno de los sillones. En algún momento el niño dijo: “Ahora, hijo, vamos a expulsar el demonio que hay en el cuerpo de Daniela”, y de nueva cuenta perdió el conocimiento
La situación era muy confusa. ¿Sería posible que también el cuerpo del niño estuviese poseído por otro ser del mal? No sabíamos qué pensar. Incluso Darío y Luis, con su experiencia en casos de posesión, no sabían qué responder ante aquellos hechos.
Me quedé tratando de reanimar al niño, acompañado de Raquel, mientras Darío y Luis subieron para unirse al resto del grupo, que seguía adelante con el ritual. La madre de Carlitos y la tía Angela, que hacía pasar las cuentas de un rosario y rezaba con desesperación, se veían sumamente angustiadas. Traté de calmarlas y al mismo tiempo le daba a oler alcohol al niño, mientras mi mente abrigaba la certidumbre de que ocurrirían hechos aún más graves.
Pasaron unos diez minutos que se nos hicieron eternos. El niño no volvía en sí y seguían escuchándose los alaridos horribles que lanzaba Daniela en su cuarto.
Inesperadamente Carlitos reaccionó y comenzó a decir cosas que no comprendimos. Raquel lo abrazó al tiempo que rompía en llanto, y el niño afirmó:
—Ya no llores, mami, el angelito la curó. Dany ya está bien.
—Hijo, ¿por qué dices esas cosas? No me hagas esto, es suficiente con lo de Dany —le reprochó Raquel desconsolada.
Minutos más tarde, los muchachos del grupo de oración descendían por la escalera. Darío preguntó acerca del estado del niño y le indiqué que estaba consciente, pero decía cosas muy raras. Darío, entonces, se dirigió a Raquel.
—Señora, bendito sea Dios, creo que su hija está liberada.
Sin decir palabra, Raquel corrió a la habitación de Daniela. En tanto, le pregunté a Carlitos cómo se sentía.
—Bien, Juan Ramón.
—¿Por qué dijiste que tu hermanita ya estaba bien? Y también hablaste de un ángel.
Frente a los muchachos y la tía Ángela, el niño respondió:
—Primero sentí como si tuviera sueño. Luego mi amigo el ángel me dijo que me llevaría a cierto lugar para destruir algo que le hacía daño a mi hermanita. Nos fuimos volando y en el camino había muchos diablos que me querían agarrar, pero mi amigo no los dejaba. Llegamos a una cueva muy fea y entramos. Dentro había cabezas de animales y muchas velas negras. El ángel desenterró un muñequito muy raro, lo tiró al suelo y después apareció una luz muy blanca que no me dejaba ver. El ángel se puso a platicar con esa luz y luego de la luz salió una mano y me tocó la cabeza, me dijo que era un niño bueno, que cuidara mucho a mi hermanita y que le dijera a mi mami que quemara el cuadro del payaso. Después de un rato me trajo volando hasta aquí y desperté.
Sorprendidos por lo que el niño había dicho, guardamos silencio. Esa narración sin duda correspondía a lo que estaba ocurriendo con Daniela.
En ese instante bajó Raquel llorando, mas ahora con un semblante distinto.
—Muchachos, Dios se los pague —dijo—. Creo que Dany ya está bien. Me dijo que se sentía mucho mejor, pero que estaba cansada, así que la dejé dormida.
Se dirigió entonces a Carlitos.
—Hijo, ¿ya estás bien?
Me adelanté y respondí por el niño.
—Sí, Raquel, Carlitos se encuentra perfectamente, pero tenemos que hablar con usted.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Raquel.
Raquel, Darío y yo salimos al patio. El jefe del grupo le explicó que al estar haciendo oración para liberar a Daniela, en un momento ella había lanzado un grito desesperado y se desvaneció. Después de unos segundos volvió en sí y el ambiente cambió. El frío y los olores fétidos desaparecieron y al platicar con Daniela ella reaccionó de manera normal. Primero preguntó qué había pasado y después preguntó por su madre. Entonces nos despedimos de ella y bajamos.
A mi vez, le hice saber lo que su hijo había dicho y la relación tan sorprendente que habíamos encontrado en lo que le ocurrió a sus dos hijos. Dijo Raquel que seguía sin entender, pero manifestó su felicidad porque la pesadilla había terminado.
Del cuadro sólo han de quedar cenizas, pues el grupo de oración se lo llevó para quemarlo.
Fue una situación terrible y sorprendente. Todo parece indicar que Carlitos no mentía y que un ángel se comunicó con él para ayudar a su familia. Tal vez este niño tiene capacidades muy grandes, como para establecer ese contacto. Hoy, esa familia vive feliz.
Juan Ramón Sáenz-(Q.E.P.D) – Aquí se respira el miedo.
Todos los viernes en punto de las 12:00 P.M. espera la hora macabra.
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